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Víctor Said Armesto

Víctor Said Armesto nació en Pontevedra en 1871; a los pocos meses se rompió el matrimonio de sus padres Amalia Armesto y Federico Saiz, pasando la tutela a los abuelos, de la alta sociedad pontevedresa, Constantino Armesto y Carmen Aldao, con pazo en Bueu. Su alta educación, contorneada por su tío el filósofo Indalecio Armesto, fue derivando hacia la política (liberal), el periodismo y la literatura. Su imparable crecimiento intelectual lo llevaron por diferentes derroteros: cursó Derecho y Filosofía y letras, aunque dedicó buena parte de su vida a estudio filológico y antropológico del rural gallego, con una de las colecciones de romances, teatro popular, vocabulario y dichos, más interesantes del rural gallego. Su colaboración y amistad con Casto Sampedro Folgar acabaría juntándolos en cancioneros y en otras iniciativas editoriales de gran trascendencia para los estudios etno de Galicia.

Tras una fase de activa vida política en Pontevedra y habiendo concluido sus vida universitaria ultimando la carrera de derecho en Santiago, viviría desde 1907 a caballo entre León (donde accedió a la cátedra de Literatura de aquel Instituto) y Madrid, donde acabaría tomando posesión de la cátedra de literatura gallego-portuguesa de la Universidad Central, en 1914, sin poder apenas disfrutar de su éxito, porque a los pocos meses falleció. Aquí en Madrid tenía Víctor todos sus sueños depositados: su madre, con la que se mantuvo entrañablemente unido; su familia; el Ateneo, siendo uno de los grandes puntales de la Institución; las tertulias literarias; y el teatro, al que sólo tardíamente –con el estreno de La flor del agua (con música de Conrado del Campo)– y la prensa, local o pontevedresa, escribiendo colaboraciones y notas sobre lo divino y lo humano, y siendo uno de los grandes referentes intelectuales de la capital, con amistades  en todos las áreas del conocimiento: desde Valle Inclán, Azaña, Pérez Galdós, la Condesa de Pardo Bazán, Amadeo Vives, o Ruperto Chapí, entre otros. Como decía en otra ocasión “Said se hizo mayor tardíamente, viviendo esos pocos años que le quedaron de vida veloz y apasionadamente”: vistiéndose de traje regional para cantar con Don Perfecto Feijóo, presentando a Baldomir o a Doña Emilia en el Ateneo, llegando a ser secretario de la tribuna literaria de la institución.

No obstante, el núcleo de su vida de romance (como yo titulé su monografía) y su divulgación debida y bien merecida, tras alcanzar la soñada cátedra, se fue diluyendo tras su temprana muerte a los 43 años; y Said desapareció del discurso de la historia de Galicia. Sus obras, las que tenía preparadas, desaparecieron de su escritorio y nadie se haría eco –hasta la actualidad– de una vida de “estrella fugaz” del pensamiento que brillo intensamente. El que, por méritos propios –de lo hecho y de lo que dejó por hacer- representado sido para Galicia un puente intelectual y un líder de la modernidad.

Carlos Villanueva Abelairas